
Cuando navego en
el mar proceloso
por este mundo maltrecho y herido,
sintiendo el pecho ya casi vencido
por los embates de un tiempo azaroso.
Cuando mi alma se
llena de pena
al ver a hermanos luchar contra hermanos.
Cuando de horror ya me tiemblan las manos
viendo crecer esta triste condena...
Siento en el alma
una paz infinita,
al vislumbrar, allá lejos, brillando,
un gran lucero de bello trasluz.
Esa eres tú,
dulce flor, exquisita,
Esa eres tú, gran mujer, alumbrando
al navegante fulgente de luz.