MI JUNCO |
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Él
tuvo la gran suerte de encontrarlo
en el trance crucial de su existencia. Una fuerte tormenta iba a matarlo arrancando su tronco sin conciencia. Vendavales llegados de otras tierras destrozaban sus ramas con paciencia socavando aquel árbol con las guerras que segaban su vida sin clemencia. Se hallaba muy cercano al viejo roble. Era un junco curtido en el combate, luchando con astucia, pero noble, mostrándole al gran árbol su acicate. El roble al ver cercana ya su muerte aprendió a combatir con el aliento del junco, que al doblarse era más fuerte, y, sabio, decidió plegarse al viento. Y ambas plantas danzaron enlazadas el baile más hermoso de la tierra, burlando las terribles andanadas, sabiendo que el más duro es el que yerra. La ventisca cansada de soplar a otras tierras llevó su algarabía. Las plantas que supiéronse ayudar prosiguen engarzadas todavía: el roble carcomido por los años, y esa vara de junco tan bonita, que lo cuida de nuevos desengaños y llorosa lo ve que se marchita. ©
Antonio Pardal
Rivas
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