Fui recorriendo caminos
y recogiendo fracasos.
Nunca sabré quien fallaba,
si era yo el equivocado,
o el mundo era el gran ingrato.
Luché con uñas y dientes
durante años y años
para conseguir amigos
en quién volcar mi ternura.
Y el premio que recibí
fue tristeza y amargura.
Ayudé con ilusión
al carente de fortuna,
y por más que lo intenté
no trabé amistad alguna,
pues mientras más amor di
más solitario me vi.
Solo existe una persona
que ha sabido comprenderme,
y me adora y reverencia
no cansandola el quererme.
Ese angel de bondad
me rodea de ternura,
alivia todas mis penas
y me ama con locura.
Pero es tanto el desengaño
que las personas me causan,
y la actitud de este ser
es tan hermosa y gallarda,
que dudo ya seriamente,
si se trata de un humano,
o, por un favor divino,
es mi Angel de la guarda.
©
Antonio Pardal
Rivas.
Septiembre
2005