A LA MUERTE DE MI MADRE

 

 


Sin quejas, en silencio te marchaste,
tu mano, ya helada, te cogimos
todos, así de ti nos despedimos
y un beso cincelamos en tu frente.

Ya no sufres de cuerpo ni de mente,
descansas para siempre con los mimos
que te dan donde estés, sin egoísmos,
premio que no da la vida, ¡es la muerte!

A tu esposo estás otra vez unida,
para la eternidad, nada os separa,
con él recorrerás perpetua huida.

Evocaré por vida tu bondad,
la generosa y dulce sonrisa,
¡llanamente tu inmensa humildad!


10 de agosto de 2006.

 

 

 

 

 

 

 

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