MÁRTIRES DE ALMERÍA

 

 

 

 

 

 

 



Sólo la luna miraba
cómo tiraban los fardos.
Cien fusiles vigilaban
mientras caían rezando.

Y en el cielo los luceros
miraban para otro lado
avergonzados los pobres
de servirles de entorchados.

¡Apresura el paso, viejo,
que Dios se encuentra esperando
ahí abajo, en ese pozo
donde te esperan tus santos!

Los lagartos y alacranes
se escondían asustados
sin atreverse a mirar
lo que allí estaba pasando.

¡Ahora te toca a ti, niño,
que ayer te pillé rezando!
¡Y con las manos atadas
también lo tiran abajo!

Sólo la luna miraba,
pues el sol se había marchado
horrorizado también
de que mataran sus rayos.

Unos vestían con monos
y gritaban asustados.
Otros rezaban tan sólo
y se iban despeñando

a la negrura del pozo
que les daba sus abrazos
arropándolos al fondo
con sus cuerpos destrozados.

¡Lágrimas rojas surgían
de la luna y de su halo
al contemplar con horror
el martirio de unos santos!

La pobre se preguntaba:
¡Si esa gente no ha hecho daño!
¿Por qué con tan mala saña
sin piedad los van matando?

Ya sólo queda un curita
con rostro aterrorizado
y su sotana raída
de soportar culatazos.

¡No quiero morir, no quiero,
que yo no hice nada malo!
¡Vete al infierno, beato,
que el pueblo ya se ha cansado

de soportar tus sermones
ayudando al rico amo.
¡No quiero morir, no quiero!
¡Hala, curita, pa abajo!

Ya se acabó la faena.
Ya se terminó el trabajo.
Ya hay trescientos cuervos menos
que, valientes, liquidamos.

Allí no habían tricornios.
Tampoco habían gitanos.
Los mártires y asesinos
eran españoles payos.

Eso fue hace mucho tiempo
y todo está perdonado.
Mas la luna fue testigo
y ella me lo ha recordado.



© Antonio Pardal Rivas

21-10-07


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VOLVER