FABULA DE LA HOJITA ENVIDIOSA

 

 

 

 

¡Tengo miedo! ¡Me da susto!
¡Ya se aproxima el final...!
¡Siento un amargo regusto:
no puedo volver atrás!

¡Fui tan dichosa en mi vida,
que ahora, llegado el momento
de esta tan cruel despedida,
me surge un triste lamento!

Nací encima de un madroño
muy tupido y muy frondoso,
y en marzo fuí ya un retoño
cada día más hermoso.

Desde mi hermosa atalaya
veía torres y calles
y hasta, detrás de los valles,
divisaba alguna playa.

Siempre tuve compañía
de pajarillos canoros
y era tanta mi alegría
que disfrutaba con todo.

Mariposas coloridas
me rodeaban volando,
¡Era tan bella mi vida
que jamás me ví llorando!

Era yo una tierna hojita
muy feliz y muy dichosa
que sujeta a una ramita,
disfrutaba de las cosas.

Y pasó un largo verano
de felicidad completa;
me despertaba temprano
viendo volar las cometas

Los jilgueros y canarios
cantaban sus melodías
y cerca de un campanario
iba pasando mis dias

Pero, ¡ay, triste de mi!
comencé a sentir envidia
cuando un día descubrí
a un ave bella y hermosa.

Ella volaba gozosa
entre valles y cañadas
mientras que yo, pesarosa,
me quedaba en mi enramada.

Era tanto mi deseo
de emular a la abubilla
que tambien sentí las ganas
de volar cual avecilla.

Y así pasaban los días
y mi envidia iba creciendo
al saber que yo no hacía
lo que el ave estaba haciendo.

Pero llegado el otoño
vino un viento huracanado
que me arrancó del madroño
¡y al fin sola ya he volado!.

Crucé montañas y valles,
me remonté hasta las nubes,
y contemplé un gran paisaje
como nunca soñar pude.

Bailaba en los remolinos,
atravesé muchas tierras,
descansé en un bello pino
y corrí sobre la yerba.

Mas, hete aquí, que de pronto
observé con gran espanto
que se arrugaba mi rostro
¡Mi savia se iba secando!

Y quise muy presurosa
volver a mis enramadas
pero noté, ¡triste cosa!,
que ya no era deseada.

Lloré, supliqué y pedí
que me admitieran de nuevo
pero entonces comprendí
el gran error de mi vuelo.

Ahora me siendo morir,
triste, sola y afligida,
porque no quise seguir
el destino de mi vida.

Y es que la envidia es tan mala
que todo el que la padece,
cuando sucumbe ante ella,
muy tristemente perece.

Cada cual ha de seguir
su función en esta vida
sin pretender conseguir
otra ambición desmedida

¡Adios madroño querido...!
¡Adios mis hermanas sabias...!
¡Seguid viviendo dichosas,
mientas yo muero sin savia...!

© Antonio Pardal Rivas

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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