¡QUIÉN PUDIERA...!

 

 

 

 

 

 

¡Quién pudiera...!

¡Quién pudiera humedecer con lágrimas la cara...!
¡Cómo envidio al que lava sus ojos con el llanto!
Yo no puedo...
Mi llanto es interior, seco, rastrero, criminal.

Mi llanto es especial.

Me destroza el corazón cuando me embarga.
Me hunde en recovecos abisales.
Me macera el alma con su fuerza,
produciendome dolores infernales.

Mas los ojos permanecen inmutables,
y ni un rictus de dolor cambia mi cara.
¡Ojos secos, cual desiertos de arenales!
¡Mostrando impavidez falsa, engañosa!
¡Impasibles, cuando el daño me destroza!

¡Quién pudiera...!

Cuando aquellos que más quiero,
me laceran friamente
con acciones repugnates y malvadas...

¡Quién pudiera...!

¡Quién pudiera humedecer con lágrimas la cara...!

© Antonio Pardal Rivas

Febrero, 2006

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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