Ya salí de la torre de mi llanto
y el aire respiré del infinito,
se borraron las huellas de aquel mito
y la paz envolviome con su manto.
Nada puede causarme nunca espanto
ni pena ese recuerdo tan maldito,
todo quedó en ayer, al que no invito
a volver en las notas de mi canto.
En un limbo de flores, sin premura
espero ese final que nunca acaba,
más allá de las nubes de negrura.
Y la voz de ese ser que tanto amaba
en soledad me arropa con ternura,
¡milagro de ese amor al que añoraba!...
Sofía Martinez-Avellaneda
7 de septiembre de 2007