CUÁN DICHOSO EL JUBILADO




¡Cuán dichoso el jubilado
que ve las horas pasar
recordando su pasado,
su alegría y su pesar!

No teme ya de la vida
el ímpetu y a la Muerte
a beber vino convida
porque le trate con suerte.

Ya no le asustan rencores,
envidias ni habladurías;
no se preocupa de amores
despechados, ni de arpías.

Se sienta a mirar la gente
y examina uno por uno.
¡Qué extraño encuentra el ambiente,
cuán raro y qué inoportuno!

Ya no son los que eran antes,
Han mudado las costumbres,
¿dónde estarán sus amantes?
Como él, con pesadumbres.

Si es que viven todavía,
si no las llevó la Parca;
que es dama que, muda y fría,
pronto te monta en su barca.

Se pasaron ya las horas
de juergas y borracheras,
han llegado las auroras
de llantos y plañideras.

El viejo observa su entorno,
mira a todo aquél que pasa;
ya es la hora del retorno,
marcha lento hacia su casa.

Cena y duerme tan contento,
pasa la noche tranquilo;
transcurrido su momento,
no tiene ya el alma en vilo.

Un día ya no despierta
y en ese sueño apacible
siquiera le desconcierta
soñar con un imposible.

Así pasa la existencia,
tan fugaz como la brisa;
¿A qué viene la impaciencia?
Más vale vivir sin prisa.




Francisco Escobar Bravo
17 de julio de 2008

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